El imperio romano se cimentó sobre el predominio de las ciudades como centros del poder. La vida en las urbes romanas exigía la adopción de amplias medidas sanitarias. En el interior de esas ciudades y bajo el pavimento de sus calles y calzadas discurrían las cloacas, que permitían la evacuación del agua residual hacia los ríos, en nuestro caso hacia el Jerga y el Tuerto.
Los primeros hallazgos de las cloacas se producen en los años sesenta del siglo xix, aunque las exploraciones sistemáticas de José María Luengo en 1946 dieron lugar al descubrimiento del ramal correspondiente al Jardín de la Sinagoga. Su trazado permite hacerse una idea del urbanismo de Asturica Augusta, que refleja su forma regular, ortogonal y de amplias calles.
Parece ser que inicialmente se construyeron los conductos adintelados, con capacidad limitada, pero debido al crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo i, fue necesaria una segunda red de mayor caudal. Hacia el 80 d.C. se construyeron las galerías abovedadas, con alturas de hasta metro ochenta, dotadas en ocasiones de andenes laterales para el paso. Su técnica constructiva utiliza muros de mampostería a los que se añadía una bóveda de cañón con piedras dispuestas a modo de burdas dovelas unidas con argamasa. Su piso solía ser de pizarra.